La violencia ya no golpea a la puerta: se ha instalado en nuestras calles, plazas y barrios. Los recientes crímenes ocurridos en el distrito de Chancay—como el asesinato del joven barbero Iber Olivos Palomares en Chancay— no son hechos aislados, sino síntomas de una enfermedad que viene carcomiendo a la sociedad: la inseguridad ciudadana.
En los últimos meses, la población vive con temor constante. Asaltos a mano armada, extorsiones, sicariato y balaceras se han vuelto parte del día a día, mientras las autoridades parecen rebasadas o indiferentes. Ya no se trata solo de zonas alejadas o de madrugada: la violencia actúa a plena luz del día y en lugares transitados. Nadie está a salvo.
¿Qué hacen nuestras autoridades ante esta situación? Las rondas policiales son escasas, los operativos insuficientes. A esto se suma una justicia lenta y un sistema penitenciario que no disuade ni reforma. El resultado: un clima de impunidad que fortalece al crimen organizado.
No se puede hablar de desarrollo, turismo o inversión cuando los vecinos viven encerrados en sus casas y temen por la vida de sus hijos. Hoy, más que nunca, urge una respuesta firme, articulada y sostenida para recuperar la paz que todos merecemos.
Porque la seguridad no es un favor: es un derecho.
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