Hace 9 años, cuando la moneda argentina atraía a los extranjeros por su equivalencia con el dólar, Eduardo González Goche (36) no lo pensó demasiado. En Argentina ya estaban instalados sus hermanos -tres en total- y sus sobrinos, sus primos con sus hijos, y quien él más extrañaba: su mamá. Juntó unas pocas cosas y se subió al micro que en media hora lo llevó de Huaral, donde vivía, a Lima. Y de allí otro micro, más incómodo para un viaje más largo, con una idea fija: tocar el timbre de su casa de Villa Maipú, en San Martín, y abrazar a su madre, Isabel.
Atrás quedaron los árboles y los sembradíos de su pueblo natal. De repente debió enfrentarse al paso impuntual de los trenes de la línea Mitre, al pulso no siempre constante del trabajo en las fábricas de la zona, a la falta de oportunidades para los peruanos. Pero un vecino le dio trabajo en un taller de chapa y pintura, y el sueldo que ganaba lo dividía en dos. "Con una parte vivía él y mantenía a su mamá. La otra mitad la mandaba para el campo. El nunca pudo desprenderse del campo, pero si no trabajaba aquí no podía mantenerlo", dice Albertina, con la foto de su sobrino en la mano.
Eduardo era soltero y no tenía hijos. Compartía con su mamá una casa baja de rejas negras y frente sin revoque al 1800 de la calle Las Heras. Dice Albertina que "él no salía mucho, apenas iba a divertirse al boliche cada tanto y no le gustaba tomar alcohol".
Para sus amigos, que ayer custodiaban la casa de Eduardo como si fueran una reja más, "era laburante y buen amigo, que siempre estaba dispuesto a dar una mano". No le conocieron novia, pero sí muchas amigas que lo frecuentaban. Aseguran que lo van a extrañar y que todavía no pueden creer que su amigo haya fallecido en esas condiciones. "Cuando nos recuperemos, vamos a insistir para que el caso de Eduardo se resuelva, alguien tienen que pagar con una condena ejemplar el asesinato de mi primo", dice Rigoberto, emocionado.
Isabel no quiere salir de la casa, ni hablar con la prensa. Dice que sólo lo hará para ir al velorio de su hijo. Huaral Noticias
Atrás quedaron los árboles y los sembradíos de su pueblo natal. De repente debió enfrentarse al paso impuntual de los trenes de la línea Mitre, al pulso no siempre constante del trabajo en las fábricas de la zona, a la falta de oportunidades para los peruanos. Pero un vecino le dio trabajo en un taller de chapa y pintura, y el sueldo que ganaba lo dividía en dos. "Con una parte vivía él y mantenía a su mamá. La otra mitad la mandaba para el campo. El nunca pudo desprenderse del campo, pero si no trabajaba aquí no podía mantenerlo", dice Albertina, con la foto de su sobrino en la mano.
Eduardo era soltero y no tenía hijos. Compartía con su mamá una casa baja de rejas negras y frente sin revoque al 1800 de la calle Las Heras. Dice Albertina que "él no salía mucho, apenas iba a divertirse al boliche cada tanto y no le gustaba tomar alcohol".
Para sus amigos, que ayer custodiaban la casa de Eduardo como si fueran una reja más, "era laburante y buen amigo, que siempre estaba dispuesto a dar una mano". No le conocieron novia, pero sí muchas amigas que lo frecuentaban. Aseguran que lo van a extrañar y que todavía no pueden creer que su amigo haya fallecido en esas condiciones. "Cuando nos recuperemos, vamos a insistir para que el caso de Eduardo se resuelva, alguien tienen que pagar con una condena ejemplar el asesinato de mi primo", dice Rigoberto, emocionado.
Isabel no quiere salir de la casa, ni hablar con la prensa. Dice que sólo lo hará para ir al velorio de su hijo. Huaral Noticias
Fuente Clarin.com
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